(Anexo Szczecin, aquí).
Cracovia es una ciudad de cuento. Cierto es que no de un cuento muy alegre. Pero también en los lugares que arrastran pasados oscuros percibe uno la belleza de la cicatriz. No lo digo porque las heridas me resulten bonitas, nunca lo son. Pero sí encuentro en sus marcas un recuerdo de superación, de reconciliación y de asimilación de una realidad. Y eso me parece bello, por lo que tiene de admirable y de honesto. Cracovia ha hecho del cosido de sus balazos un motivo por el que levantar el mentón con orgullo. Ojalá nunca hubiese hecho falta. Pero desde las siete décadas y pico que nos separan de la barbarie a que se vio sometida, uno no puede sino rendirse a todo cuanto encuentra por el camino.
Fue frente a la Lonja de los Paños, que ocupa el centro de la Plaza del Mercado, iluminada en aquella primera noche cracoviana, cuando abrí la boca por primera vez completamente maravillado. Habíamos accedido al casco viejo desde la Barbacana, en el lado norte, entrando por la Puerta de San Florián. Desde aquí, la calle Floriańska, repleta de tiendas de souvenirs y restaurantes, nos llevó a la basílica de Santa María. En lo alto de una de sus torres, cada hora, sonaba el triste canto de trompeta que recordaba a aquel vigilante que siglos atrás, mientras tocaba para avisar de la invasión de las tropas mongolas, murió alcanzado por una flecha en la garganta. Cogido de la mano de Krysta, atravesamos la plaza y subimos al primer piso de la lonja, a la terraza del café que había allí, donde disfrutamos de unos combinados y planificamos los cuatro días siguientes.
Cualquier calle del centro histórico es digna de fotografía. Todas sus esquinas y todos sus rincones son el reclamo justo para recorrerlo, con la tranquilidad necesaria que conlleva pasear con la mirada posada en las alturas. Rodear la Cracovia vieja por los parques que ahora ocupan lo que otrora fueron las murallas también supone un deleite. Y si en la parte norte, la protagonista es la Plaza del Mercado y su entorno, en la parte sur es obligatorio visitar el recinto que contiene la Catedral y el Castillo de Wawel. Entre medias, montones de iglesias y edificios históricos adornan las callejuelas que atraviesan la ciudad.
Paseando por el barrio de Kazimiers, encontramos, en la calle Józefa, el restaurante donde se rodó la famosa escena de las escaleras de «La lista de Schindler». La calle Mostowa nos llevó hasta el río Vístula, que cruzamos por la moderna pasarela Bernatka para llegar a Podgorze, el gueto judío. Frente a la estampa que dejaba a nuestras espaldas el turismo occidental en el centro histórico, donde todo estaba cuidado y limpio, listo para las cámaras, se levantaba ante nosotros otra visión muy distinta, la que permanecía congelada en el tiempo, en la parte oriental del telón de acero, evitando así su olvido. Krysta me soltó la mano en la Plaza de los Héroes del Gueto, dejando así que ambos la recorriésemos a nuestro aire, en silencio, con nuestras reflexiones. Acaricié algunas de las enormes sillas, homenaje a tantos condenados, que desde allí esperaban a los trenes de la muerte. La fábrica de Oskar Schindler fue lo último que vimos.
De vuelta al siglo XXI y al centro histórico, nos despedimos de Cracovia con una cena propia de la gastronomía polaca en el patio interior de un restaurante pequeño y acogedor. Habría deseado detener el tiempo para vivir eternamente en la felicidad de ese instante, ese segundo en que me quedé mirando mi propio reflejo en los cristalinos ojos de Krysta, cuyo rostro, medio en tinieblas, medio alumbrado por las velas que había sobre la mesa, me sonreía haciéndome sentir el chico más afortunado del mundo.
(Anexo Cracovia, aquí).
© Vicente Ruiz, 2018
Me gustan los lugares donde se ve que han vivido. Que tienen una historia de contar
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No escribiré jamás sobre un lugar en el que no haya estado, te lo aseguro. Un saludo 😉
PS: ¿Por qué nunca pones el punto y final en tus comentarios? No es reprimenda, sino curiosidad xD
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Podría ponerme poético o metafísico y decirte que a mi subconsciente no le gustan los finales, pero la realidad es que tengo tantas ganas de darle al botón de enviar (no solo aquí, sino cualquier página), que siempre me dejo algo (PUNTO)
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Me encanta tu descripción de la ciudad, porque me recuerda a lo que he sentido yo al visitarla ❤
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Gracias. Es de esas ciudades que se te quedan grabadas en el corazón.
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Totalmente.
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